Por Álvaro Right
Columna de opinión para elnoticiario.com.co

En las democracias consolidadas, los comicios deben ser una contienda de ideas, propuestas y valores. Sin embargo, un comentario tan crudo como revelador —“En Colombia las elecciones se ganan con plata”— expuesto recientemente por el periodista Tobón Sanín, desnuda una verdad dolorosa: estamos frente a una realidad donde el dinero pesa más que la convicción ciudadana.
No es una afirmación nueva, pero revivirla obliga a encender alarmas. Cuando el financiamiento político en exceso inclina la balanza, no solo se corrompe el proceso electoral, sino también la voluntad popular. Los partidos buscan capitales, y aquellos con recursos acuden a redes clientelistas, promesas de reparto o compra directa de votos. El resultado es una democracia débil, donde el pueblo no vota por convicción, sino por necesidad o conveniencia.
El riesgo de deslegitimar la democracia por las elecciones

Cuando el efectivo se convierte en instrumento para conseguir votos, la democracia pierde su fuerza moral y representativa. Los ciudadanos pueden sentirse víctimas de un sistema que premia a quienes tienen dinero, no a quienes tienen ideas. Esa percepción erosiona la confianza en las instituciones, multiplica el cinismo político y profundiza la abstención.
Dinero versus mérito en las elecciones
¿Estamos ante una carrera de influencia o una elección de mérito? Cuando los candidatos —o sus financiadores— deciden el rumbo electoral por su poder económico, reductos como el debate de políticas públicas, la formación de visión o el liderazgo auténtico se desdibujan. En su lugar, aparecen campañas masivas en redes, promesas vacías y, en el peor de los escenarios, corrupción sistemática.
¿Por qué se permite la compra-venta de votos?

La respuesta es incómoda, pero necesaria. La compra-venta de votos no ocurre porque la ley lo autorice —al contrario, es un delito—, sino porque el Estado no logra aplicar la norma con contundencia. En la práctica, se tolera porque conviene a políticos y a sectores de poder.
- Fallas de control: las autoridades electorales y judiciales suelen carecer de recursos, independencia o voluntad para investigar y sancionar a fondo.
- Cultura del clientelismo: en muchas regiones, la política se concibe como un intercambio: el ciudadano espera recibir algo a cambio de su voto, y el político ofrece favores o dinero como parte de la transacción.
- Impunidad: aun cuando hay denuncias y evidencias de compra de votos, rara vez terminan en condenas ejemplares. Eso genera un mensaje claro: “pagar por votos sale barato”.
- Necesidades económicas: la pobreza convierte el voto en mercancía. Un mercado perfecto para quienes quieren el poder a cualquier costo.
La consecuencia es devastadora: el ciudadano deja de ser un sujeto político para convertirse en un objeto de negociación. Y el país, en lugar de avanzar hacia una democracia madura, se queda atrapado en un círculo vicioso de corrupción y mediocridad.
Propuestas para defender nuestra democracia
- Auditorías rigurosas e independientes: fortalecer organismos de control, garantizar transparencia y sancionar drásticamente el financiamiento ilegal.
- Topes estrictos de gastos de campaña: nivelar la cancha para que la fuerza de las ideas eclipse el peso del bolsillo.
- Máxima divulgación de quién financia a quién: para que el elector pueda evaluar y decidir con información real.
- Cultura cívica fortalecida: estimular el voto por convicción, no por conveniencia.
Conclusión
Colombia merece elecciones donde el triunfo sea producto del respaldo popular y la solidez de las ideas, no del tamaño de los cheques. Es momento de exigir una democracia limpia, justa y digna. Si no lo hacemos ahora, podríamos despertar mañana en un sistema donde solo gobierna quien puede comprarlo.
Álvaro Right – Columnista de Opinión
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